jueves, 28 de mayo de 2020

Escribir para sanar emociones

meternos en nuestras historias, sobre todo en las de la infancia,
es una forma poderosa de entrar en contacto con una realidad
que sigue operando en nuestra vida actual… por muchas décadas
que hayan pasado. La realidad del niño-a interior.
Si podemos vislumbrar esas escenas con un toque de esa
percepción que teníamos entonces, sin juzgar a los
adultos de nuestro entorno (dentro de lo posible) pero
muy atentos a los mensajes que nos transmitieron, a su
presencia o ausencia… estamos en el universo de
nuestras raíces…
La literatura nos da varios recursos para llevarnos a ese
tiempo ahora imaginario pero que alguna vez tuvo toda la
potencia que tienen los hechos cotidianos o
excepcionales durante la infancia.
Es evidente que la primera vez que tomamos contacto
con lo que nos rodea, nos deja una huella como la del
cemento fresco. La impronta de los primeros años está
grabada en nuestras emociones.
Las emociones fueron el canal por el que recibimos
muchísima información, en bruto. Si logramos
conectarnos con ese primer canal, entenderemos la
“necesidad psicológica” de ese personaje que fuimos
construyendo y al cual denominamos “yo”
O por lo menos intuiremos un poco por qué piensa como
lo hace ese tal “yo”.
Muchas veces los adultos de nuestro entorno nos dejaban
en un lugar… que a ellos les resultaba cómodo, útil. Pero
muchas veces era en función de ser sostén de ellos, que
no es apropiado para la infancia; o de abandono… a la
deriva expuestos al peligro antes de habernos dado
tiempo a construir los recursos de discernimiento
imprescindibles para sobrevivir

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